Barro y marfil: los diez años prodigiosos de la poesía española (1927-1936)

 
Hay momentos en que la poesía se vuelve llamarada: brilla, destaca, refulge, se impone. Uno de sus periodos más inspirados lo vivió en España entre 1927 y 1936, cuando emergieron poetas de la talla de Lorca y Salinas, Cernuda y Alberti, Miguel Hernández y Jorge Guillén. La vida pasó entonces del charlestón risueño de los años veinte a la ruta suicida de los treinta: Hitler se apoderó de Alemania, España sembraba su guerra civil y el crack del 29 nos reveló de una vez por todas la cara más siniestra del capitalismo. Los poetas empezaron a debatirse entonces entre dos caminos opuestos: ¿era mejor escribir una lírica pura, despegada del caos que gobierna el mundo, o había que inclinarse por una poesía despeinada y urgente, efusiva y tal vez airada, que bajase a la calle y retratara la miseria y el miedo de la vida real?
 
¿Pureza o revolución, cielo o tierra, la mente o la pistola, el barro o el marfil?, se preguntaron una y otra vez los poetas españoles entre 1927 y 1936. Y mientras se hacían esa pregunta, publicaron libros tan admirables como La voz a ti debida, Poeta en Nueva York, El rayo que no cesa o Donde habite el olvido, que incluyen algunos de los versos más bellos, lacerantes y profundos que se hayan escrito nunca en lengua castellana.