Ojos que sí ven, corazón que sí siente,

o de cómo una lectura atenta de las imágenes puede ser una fuente de conocimiento y aumentar el placer que de ellas se deriva

Asier Aranzubia

Existe un lugar común según el cual ver la misma película varias veces para luego desmontarla, como si fuera un reloj, e intentar descubrir su funcionamiento interno es una operación que atenta contra ese placer que nace del “dejarse atrapar” por un relato. Lejos de atentar contra ese goce (¿epidérmico?) que proporciona la experiencia de ver una (habría que añadir, buena) película, el análisis de la imagen lo que hace en realidad es añadir a ese primer disfrute un placer adicional cuyo origen no es otro que el desvelamiento de los principios constitutivos y la lógica del funcionamiento interno de ese relato que nos ha emocionado. O lo que viene a ser más o menos lo mismo, dicho placer tiene su fundamento en la satisfacción que proporciona descubrir que detrás de esa obra que nos conmueve hay una inteligencia humana trabajando a pleno rendimiento. Susan Sontag lo describió con palabras atinadas: “En último término, la fuente suprema de poder emocional en el arte no reside en ningún argumento. Reside en la forma. El extrañamiento y retardo de las emociones, a través de la conciencia formal, torna a estas a la larga bastante más potentes e intensas”.

A través del análisis de cinco relatos audiovisuales de muy diversa estirpe (un filme hollywoodense, un episodio de una serie de televisión, un videoclip, una película muda y un filme que emana de una tradición cultural distinta a la occidental) en este curso vamos a intentar demostrar que el disfrute (en caliente) de una película no está ni mucho menos reñido con su análisis (en frío).